Reflexión

Señor director:

Hace tres años, como dirigente gremial, realicé talleres para funcionarios, entregando herramientas de protección y manejo de las emociones al interior de la institución.

El objetivo primordial, cuidar de la salud mental de cada uno de nosotros. Los funcionarios que entregamos salud, debemos estar protegidos y además crear lazos de amor y solidaridad, como corresponde entre los que laboramos. En el lugar de trabajo es donde más horas pasamos de nuestras vidas y es por ello que un buen ambiente laboral va a influir en el contexto general de nuestro pasar terrenal.

La asistencia a los talleres fue mínima, las jefaturas no lo consideraron importante y por ende, priorizaron las atenciones en salud, que a dar un permiso de una tarde para esta actividad.

Hace años recuerdo como si fuera hoy, cuando falleció una querida compañera de trabajo en forma repentina. Una semana estaba con nosotros, dicharachera y feliz y a la otra ya había partido en su viaje al infinito. Teníamos mucha pena y deseos de acompañarla en su despedida, pero no fue posible, había que continuar trabajando y reteniendo las lágrimas. No se nos permitió hacer el duelo.

Y así innumerables momentos de pérdida de grandes compañeros, de toda una vida juntos. Luego y en forma pausada, pero in crescendo, me fui dando cuenta que las personas se fueron aislando cada vez más. Como si hubieran aprendido la lección y ya no se conmovían tanto frente a un desenlace fatal. Y cuando te sentías mal e ibas en busca de alguien para sentir que te escucharan, la respuesta era: estoy muy ocupada, después conversamos… y ese después nunca llegaba.

Nuestra sociedad se ha ido convirtiendo en individualista, hasta llegar al absurdo de no acompañarnos en las penas más profundas y ahora con el desarrollo de internet, es muy fácil, enviamos un saludo por RRSS y se acabó el asunto. Curiosamente podemos tener miles de amigos virtuales, pero estamos más solos que nunca.

Me embarga una pena profunda por esa persona aislada, que posiblemente se sentía agobiada, con enfermedades propias y ajenas. Que a lo mejor necesitaba ser escuchada y apapachada, pero no encontró ningún oído, ni corazón abierto que la contuviera.

Hay muchas personas así dando vueltas en esta tierra y no tan lejos. Me duele y me rebelo. Es responsabilidad de todos nosotros abrir los ojos del alma y escuchar al otro.

¡Te abrazo fuerte niña bonita! Que tus pies sean leves y tu alma liviana para llegar a tu destino, donde miles de manos te recibirán con inmenso amor.

América Rojas Hernández