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En la búsqueda del Puerto: los diálogos de Cristián Warnken

El misterio de sangre que tiene con Valparaíso le recuerda a su abuelo alemán, que anhelaba hacer aquí una fábrica de pequenes, y a los inicios del amor con su esposa. De ahí que pensar esta ciudad sea otra de sus pasiones.
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Sebastián Mejías Oyaneder - La Estrella de Valparaíso

No hay texto, entrevista o conferencia, en donde Cristián Warnken Lihn (Santiago, 1961) no se refiera a las virtudes de la contemplación. Caminar sin rumbo dando vueltas por pasajes desconocidos, conversar con algún extraño, no buscarlo, sino que esperarlo, alejados de cualquier tipo de miedo. Encontrarnos un momento a solas, en medio de la vorágine de la ciudad, y ser nuestros propios maestros.

"Pensamiento reflexivo a contrapelo del pensar calculante", decía el filósofo alemán Martín Heidegger. Pero más allá de su ideal espiritual, Cristián Warnken apenas tiene tiempo para sí mismo - aunque de todas formas lo encuentra- debe dirigir una editorial y hacer clases, volver a casa, ser papá, esposo y contarle a los medios de comunicación, además, sobre los diez años que se cumplen desde la muerte de su Clemente.

A ver si tiene algún tiempo para conversar conmigo y sentirme como en su programa de televisión, La Belleza de Pensar. Hablar sobre los cinco años que lleva trabajando en Valparaíso, ciudad de la que conserva recuerdos inconscientes, o "misterios de la sangre", como le gusta decir cuando habla de lo que cuesta entender racionalmente.

Cuando lo invitaron, hace unos años, a dirigir el proyecto editorial público que tiene la Universidad de Valparaíso, inmediatamente pensó en esa conexión especial que tiene con el puerto y los porteños. El Valparraíso en el que, con tono alemán, su abuelo de apellido Lihn, padre del poeta Enrique Lihn, soñaba con tener una fábrica de pequenes. Mismo lugar que vio nacer el vínculo con su esposa, Danitza Pavlovic.

"Después de eso siempre volví a Valparaíso. Siempre me atrajo el mito. Y primero, claro, la mirada mía fue muy de tarjeta postal, de santiaguino, pero luego fui generando vínculos, tejiendo historias como la relación con mi esposa, que partió aquí. Los dos tenemos un vínculo muy fuerte con esta ciudad", asegura.

Pero lo que Warnken quería, al llegar a Valparaíso, era atracar al puerto con el familión entero. Trasladar a sus hijos desde la Alianza Francesa allá en Santiago y cambiarlos a la ciudad que lo recibiría, sin embargo se encontró, dice, con que el colegio Francés se había trasladado a "uno de los guetos que tiene la élite chilena, en Reñaca, sin pretender herir a nadie, porque tengo muchos amigos que viven ahí".

Arrancando de Valpo

Ahora lo que queda es pensar un poco sobre el encuentro que tuvo Cristián Warnken, cuando llegó con su esposa e hijos al Cerro Castillo y vio que la Alianza Francesa había sido despojada del corazón del puerto. Una prueba que según él, da cuenta de una élite que siente temor por los sectores más humildes de nuestro país.

Si en Santiago se hicieron con un refugio en la montaña- en La Dehesa- en esta región se tuvieron que ir a los Bosques de Montemar o a Reñaca. "Y después se quejan de que la calle fue tomada por los movimientos sociales. Como cuando se hacían turnos en Vitacura, durante la Unidad Popular, para enfrentarse a unos barrios pobres que nunca llegaron", recuerda.

Así fue como la ciudad se debilitó, sin la presencia de una élite que en los tiempos viejos había liderado el progreso de nuestro país. Ellos se fueron simplemente y quizás sean "sus nuevas generaciones las que regresen, al sentir el hastío de su encierro en los condominios, en busca de carrete, pero también de la riqueza y cultura tan propias de este puerto", agrega.

Aunque la decadencia del puerto, más allá de la corrupción política, se incrementó con la huida de las clases medias hacia el interior. Lo hicieron por el miedo inconcebible a la pobreza, dice Warnken, porque es fácil mirar al pobre como algo folclórico, cuando se nació en cuna de oro.

"Lo milagroso es que la ciudad todavía se sostenga, viva y funcione. Todo es tan visible-porque Valparaíso no es una ciudad hipócrita- que no podemos conformarnos con recuperar sólo una parte del mosaico, sino que debemos reconstruirlo completamente", piensa, a la vez, que critica a los que afirman su interés por encima del interés general.

Él mismo tuvo una mala experiencia con una inmobiliaria, cuando quiso comprar un departamento y el proyecto se extendió tanto, que los vecinos empezaron a reclamar. Casa por casa fue preguntando con su señora, contemplando el llanto de unos cuantos, hasta que lo echó todo abajo y tuvo que soportar las burlas de los inversionistas, por haber escuchado las esperanzas de esos porteños.

Pensamiento propio

Por todo eso, sostiene, "Valparaíso es una amante difícil que te pega el huascazo cuando menos te lo esperas". Y eso tiene que ver con que, en parte y como tantas otras, es una ciudad extraña de sí misma, construida bajo pretensiones extranjeras, olvidando lo que, realmente, nace de nuestro genuino interés.

Cree profundamente que "es la urgencia de las necesidades inmediatas lo que margina a la reflexión propia. Es importante la inmediatez pero también hay que pensar y ahí me parece que tenemos muchas debilidades".

Su propuesta ante la crisis del pensamiento chileno: la creación de grupos de estudio, enfocados en la reflexión colectiva. Como el Grupo de los 21 que formó, hace algún tiempo, de la mano de interesantes personajes, provenientes de diversos orígenes y disciplinas.

Abel González es un entrañable filósofo, vecino suyo en el Cerro Castillo, que está participando en ese grupo medio secreto. Gastón Soublette es otro que, desde Limache, se animó a pensar colectivamente, sin compromisos ni tabúes. Y así tantas otras mentes privilegiadas, que se arraigaron en esta región.

Cuenta Warnken que la Editorial que dirige en la Universidad de Valparaíso cumple, en vistas de ese sueño, un rol importantísimo, sobre todo después de la publicación de los poemas de Violeta Parra, o el ideario que tenía Gabriela Mistral sobre educación.

Gente afectuosa

"Pero déjame terminar. Sé que ahora necesitamos dinamismo y rapidez, pero déjame que termine la idea", me dice, a la vez que chasquea los dedos con desesperación. Lo dejo. Cómo no hacerlo si, como dice, apagó su celular y se puso a pensar por unas horas conmigo.

Sobre la experiencia de vivir en Valparaíso, con su familia, asegura que fue buenísima. Desintalarse, salir de la comodidad y partir de Santiago, fue muy bueno para todos.

"Pero no resultó porque no logramos calzar todos los elementos cotidianos, para que fuera viable esta experiencia. Aparte que todas las lucas no te las ganas acá, en la editorial, sino que tenía que volver a Santiago, hacer talleres y clases. Nunca se armó completamente el tejido", relata.

Aún así quedó fascinado con varios de los rincones secretos que hay en el puerto. Caminar y caminar hasta el final de Playa Ancha, pasar al cementerio o escalar sin rumbo. "Vencer el miedo de que te vayan a acuchillar, que es una de las tantas fantasías que hay estancadas en el imaginario del puerto".

Allí se dio cuenta, también, que su Belleza de Pensar había sido bien recibida por el pueblo. Más de alguna vez, en sus deambulares, alguien lo encontró y le dijo que no debió salir nunca de la televisión. "Toda gente ávida de cultura y de conocimientos, que no pertenece a una clase en particular".