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Veterano chileno de la Segunda Guerra cuenta sus aventuras

Alfredo Sandoval, era un veiteañero cuando se embarcó en busca de una mejor vida. Al llegar EE.UU perdió su barco, se quedó, y fue reclutado para ir a la guerra. Hoy vive su vejez tranquilo en Valparaíso, junto a su primer amor.
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Nicole Valverde S.

"Estábamos cerca de Luisiana, en Estados Unidos, y nos subimos a eso de las 3 de la mañana para volar a Europa. Llegamos al otro día de madrugada a Alemania. Y nos tuvimos que lanzar en paracaídas. Yo quedé atrapado en un árbol. Teníamos la orden de no dejar el paracaídas en el lugar. Y yo pensaba cómo iba a sacar el paracaídas si estaba enganchado ahí. Hasta que por fin vino un compañero, y ahí él me ayudó a bajar y sacar el paracaídas. El problema es que estábamos cerca de un campamento nazi. Así que nos escondimos en un pozo vacío que había, similar a una noria. Pero en la noche el agua del pozo empezó a subir y quedamos con el agua hasta el cuello. Menos mal que después llegaron las Fuerzas Americanas por tierra y por el aire, así que ahí pudimos salir y nos salvamos".

Esa fue la primera experiencia que tuvo don Alfredo Sandoval Moraga, de 95 años, en la Segunda Guerra Mundial. Y a pesar se su avanzada edad, los recuerdos de su juventud aparecen frescos en su memoria.

Sus ojos azules -vivaces- se iluminan al revivir la experiencia más extrema que le tocó vivir en su largo viaje, el que inició cuando sólo era un veinteañero porteño que soñaba con tener una mejor calidad de vida.

Mientras el tango suena de fondo en la radio que él mismo reparó, continúa regalándonos extractos de su paso por un acontecimiento que marcó la historia universal. Pero él se lo toma con la calma de un sabio.

Golpe del destino

"Recuerdo que las bombas caían como si estuviera lloviendo, así que los alemanes arrancaron. Cuando llegué a Berlín, en 1945, la guerra casi se había acabado. Y a esas alturas yo ya era cabo. Las órdenes que teníamos eran de buscar y encontrar a los nazis que quedaban. Porque muchos estaban escondidos y no querían rendirse, seguían peleando a pesar de que tenían la guerra perdida", cuenta.

Y agrega: "Íbamos caminando, y el sol nos pegaba justo en los cascos, provocando un reflejo que llamaba la atención. Entonces yo me escondí dentro del tronco de un árbol. Y justo había un soldado alemán. Pero él no disparó, sino que me pegó un chancacazo en la cabeza, que todavía tengo la cicatriz (se lleva la mano a la nuca). Y bueno, no me morí".

Tras el encontrón con el soldado nazi, y luego de recibir ese golpe del destino, Sandoval estuvo hospitalizado en Francia para su recuperación.

"Las nurses (enfermeras) hablaban en francés y yo nada. A penas me manejaba con el inglés... ¡Así que las miraba no más!", cuenta entre risas. Y vuelve a reflexionar: "el pasado es pasado, todo eso que viví en la guerra quedó como un recuerdo para mí".

Fin de la guerra

Después de eso, y una vez que se recuperó del golpe que casi le cuesta la vida en los hostiles campos de batalla, fue trasladado a Liverpool, Inglaterra. Para luego retornar a Estados Unidos.

Una vez de vuelta en el país del norte, don Alfredo fue designado para cuidar a otros veteranos de guerra que estaban enfermos, internados en hospitales, donde además de enfermero las hizo de peluquero.

Y en su relato deja entrever que, tal vez lo que más lo marcó de esa experiencia bélica no fue haber sobrevivido al ataque de un soldado nazi, sino ver las secuelas que la violenta guerra dejó en los sobrevivientes que él cuidó. La mayoría de ellos no sólo tenía el cuerpo mutilado. A la vez, estaban completamente descompensados, locos, fuera de sí.

Un largo viaje

Pero el espíritu aventurero de éste hombre, quien actualmente vive tranquilo en la ciudad Puerto junto a su adorada María, no se desenvolvió en Chile, sino en distintas partes del mundo. Mayormente en Estados Unidos a donde llegó por pura obra, gracia, y hasta capricho del destino.

Y como para comprender la historia hay que retomarla desde sus orígenes, aquí le contamos cómo fue que un jovencito porteño terminó peleando por el bloque Aliado en la Segunda Guerra Mundial.

Era por ahí por la mitad de la década de los años 40, cuando un veiteañero soñaba con superarse en la vida, y añoraba nuevas oportunidades.

"Yo me fui de Valparaíso buscando un mejor porvenir. Me embarqué en la Compañía Sudamericana de Vapores para servirle a los marinos. Fue así que llegué a Estados Unidos y el país estaba en guerra. Pero yo no pensé en la guerra ni en quedarme allá. Recuerdo que esa vez el barco paró en Nueva York, y yo me bajé para aprovechar de conocer. Y no fue tanta la intención de quedarme ahí, sino que cuando salí del barco me perdí", asegura.

Y agrega que "cuando quise volver al barco un amigo me convenció de que fuéramos a un lugar que él conocía, y que volviéramos el día siguiente al barco. Él perdió el barco y yo también. Porque cuando llegamos ya se había ido. Yo no conocía a nadie allá. Así que un conocido de mi amigo nos ofreció alojamiento. Y como yo no sabía qué hacer, esta persona me indicó que fuera al Consulado de Chile en Nueva York. Y eso hice, porque tenía que regularizar mi situación en ese país, ya que en ese momento yo era ilegal. Y si los de migración me agarraban me iban a devolver a Chile".

Ya en el Consulado, un desorientado Alfredo Sandoval explicó su situación. Un rotundo giro en su destino que marcaría su vida para siempre.

La persona que lo atendió en el consulado fue muy directa con él respecto a su situación. "Tú te bajaste del barco, y si se fue, mala suerte no más poh', me dijo... 'Ahora tienes que arreglártelas para seguir con tu vida. Y lo mejor que puedes hacer es inscribirte en el Ejército'. Y eso es lo que hice", recuerda.

Cosas de la vida

En menos de un año, Sandoval fue reclutado para la guerra. Y esa parte de la historia ustedes ya la conocen estimados lectores. Aunque me imagino que se preguntarán: ¿qué pasó después de eso?.

Nuestro joven veterano de guerra porteño dejó atrás el ejército. Y gracias a los beneficios que le brindaron el hecho de ser ciudadano norteamericano, se refugió en los estudios. Fue así que a punta de esfuerzos, trabajando y estudiando al mismo tiempo, obtuvo el título de ingeniero en construcción.

Trabajó construyendo importantes obras de infraestructura urbana de la ciudad de Nueva York. Como las vías del "Subway" (metro) que es el medio de transporte principal de la gran ciudad entre otras obras gruesas y edificaciones.

Entremedio se casó y tuvo hijas. Fundó su propia compañía contratista. Y así pasaron los años. Ahora mira la foto que cuelga en la muralla de su casa, donde él luce el uniforme de los soldados norteamericanos, y comenta que casi no se reconoce a sí mismo.

Un gran amor

Quien sí lo reconoció a penas regresó a Chile, después de más de 40 años viviendo en el extranjero, fue María, su primer amor.

Ambos eran vecinos y pololos antes del viaje de don Alfredo. Se separaron, y él le envió cartas desde Nueva York, pero la mamá de la señora María nunca se las pasó. Y perdieron todo tipo de contacto.

Pero en su regreso a Chile, ambos estaban en proceso de divorcio. Y lo primero que hizo don Alfredo fue ir a buscarla. Desde ahí, nunca más se separaron. Y hoy comparten sus vidas, unidos por el amor que los volvió a reunir en Valparaíso.