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Vivir con diabetes: piden que la bomba de insulina entre al AUGE

Tres antofagastinas nos cuentan cómo es enfrentarse a la diabetes tipo 1 y a todo el estilo de vida que vino después que las diagnosticaron con una enfermedad que poseen 14 mil chilenos. La bomba de insulina le cambió la vida a una de ellas.
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Ignacio Araya C.

Javiera López tenía doce años cuando le diagnosticaron diabetes tipo 1. En esa época estaba entrenándose para ser cheerleader y la dieta -además del esfuerzo físico-, era exigente: mucho fideo, mucho plátano. De un momento a otro, Javiera comenzó a perder peso rápidamente (casi siete kilos en una semana), iba constantemente a orinar y sentía calambres. Terminó en el hospital con una glicemia de 600 mg/dl. Prácticamente, Javiera estaba en coma.

El cambio de vida fue inmediato: desde entonces, Javiera debe inyectarse todos los días insulina para vivir. Con diabetes se debe ordenar la comida, los horarios, los controles, todo.

-Cuando uno habla de diabetes, para muchos es 'la muerte'. Pero para mí es como un resfrío. Le dije a mi mamá "yo de estoy voy a aprender a vivir y alimentarme más sano"... y ahora soy nutricionista- dice.

Además de Javiera, otros 14 mil chilenos tienen diabetes tipo 1, un tercio de ellos niños. Sin excepción, todos deben hacerse controles diarios de sus niveles de azúcar y enfrentarse a las múltiples inyecciones diarias de insulina como tratamiento básico. Según los datos de la Clínica Las Condes, una persona es considerada diabética si tiene glicemia en ayunas de más de 126 mg/dl, y deberá mantener los niveles saludables permanentemente para el resto de su vida.

A Macarena Barahona -profesión kinesióloga- le dijeron que tenía diabetes tipo 1 tres años después que Javiera, a los quince. Los síntomas eran parecidos, pero ella fue por un chequeo médico para ver de donde surgía la taquicardia que venía sintiendo. La diagnosticaron con 300 de glicemia y terminó en Santiago con una pila de exámenes que terminaron por confirmar la enfermedad.

Durante los primeros años, la mamá de Macarena buscó que la diabetes desapareciera de su hija. Ella tomó lúpulo, agua de pata de vaca, lo que fuera.

-Yo me las tomaba por ella- recuerda Macarena- pero al menos yo asumí que esto es para toda la vida.

Desde esa edad, nunca más ella se sentó a una mesa solamente a comer. Debe tener cuidado con los excesos, no abusar de los carbohidratos. De hecho, en el plato ellos dejan de ver comida, sino cifras. Cuando "debutó" con diabetes, comenzó a administrarse insulina NPH, una de acción prolongada que tiene un "peak" de acción. Eso quiere decir que sí o sí tenía que comer a las una y a las siete de la tarde. A la larga, una esclavitud.

-Entonces tuve esa cuestión durante tres o cuatro años. Era muy estructurado, tienes miedo de desordenarte, entonces cuesta mucho, es muy esclavizante.

Al tiempo después, Macarena comenzó a usar otra insulina que le permite comer a la hora que quiera, pero inyectándose cuando lo hace.

Bomba de insulina

Cuando tenía 12 años y llegó al doctor, habían dos posibilidades para los síntomas de Ivi Fernández, quien llevaba bastante tiempo comiendo mucho, pero bajando demasiado de peso. O era la lombriz solitaria -le dijeron- o diabetes tipo 1. Terminó siendo esto último.

-No es que me haya costado aceptarlo -cuenta-, sino que la única opción que tienes es inyectarte cinco veces al día y lo haces, no tienes tiempo para andar cuestionándote si no lo quieres hacer, porque si no lo haces, te morí.

Los insumos para pincharse salían, en promedio, unos 150 mil pesos en el 99, cuando le diagnosticaron diabetes a Javiera López. Hoy, ya que la cobertura AUGE incluye esa enfermedad, ella paga a lo más siete mil pesos. En vez de pincharse, Ivi tiene una ventaja, la bomba de insulina. Este artefacto va bombeando insulina de manera continua por un catéter que, según ella, no duele ni un poquito.

-Yo la tengo hace tres años y me ha cambiado la vida- dice. Nunca más volverán los siete pinchazos diarios que debía hacerse y, a lo más, lo único es la pequeña lanceta en el dedo para ir controlando constantemente los niveles.

El problema de la bomba de insulina son los 2 millones y medio que vale una. Ese precio corre para el modelo básico, que es el que tiene Ivi, sin contar el gasto de los insumos para su uso. En promedio, el tratamiento tiene un costo que bordea los $5,5 millones mensuales. Seguir con los pinchazos es, además, incómodo, porque el cuerpo va hipersensibilizándose por el uso constante de la jeringa.

Desde el año pasado que en el país, niños y adultos están pidiendo al gobierno que la bomba de insulina se incluya a la cobertura que actualmente tiene el plan Auge. El 4 de junio pasado, trescientas personas marcharon frente a La Moneda para pedir incluir esta cobertura, y terminaron llegando con una carta al mismo palacio de gobierno para que la leyera la Presidenta Bachelet.

Pese a que la calidad de vida de Ivi ha mejorado notablemente con el uso de la bomba de insulina, ella pide que todos los que tienen esta enfermedad puedan acceder a este artefacto que les puede cambiar la vida.

-Mucha gente realmente tiene las ganas de mantenerse bien. ¿Cómo no les vas a dar la posibilidad?- comenta.