Viviendo junto al peligro de un aluvión
Hay antofagastinos a quienes no les queda más opción que refugiarse donde prácticamente son invisibles para la sociedad: tras las obras para contener los aluviones, en las quebradas de los cerros. Una lluvia podría ser mortal, pero ellos cuentan que simplemente, no hay donde más vivir.
René Flores (38) ya ha perdido la cuenta de todas las veces en que ha tenido que cambiarse de hogar. El año pasado vivía en la playa, oculto, en un ruco fabricado a partir de palos y colchones que fue su refugio de la fría brisa marina de la madrugada. Ya había pasado su buen tiempo sin que lo echaran, hasta que un día, cuando regresaba de evadir un operativo de desalojo, encontró su casita ardiendo entre las llamas.
Desde entonces, y pese a su trabajo como recolector que lo obliga a recorrer gran parte de Antofagasta, René trata de no pasar mucho tiempo alejado del que ha sido su hogar durante los últimos doce meses. Se levanta temprano, tipo ocho, se pone polera y unos gastados jeans; toma un bidón vacío, sale a buscar agua y una que otra calamina que pueda pillar en el camino. Así hasta la tarde, cuando sube hasta su nuevo ruco junto al Laco, un quiltro con mirada de pocos amigos.
Aquí nadie lo ve. Oculto detrás de unos pesados bloques de hormigón en la quebrada El Ancla, que rodea el cerro donde flamea la bandera más representativa de la ciudad, René Flores instaló su hogar en medio de las piscinas creadas para contener aluviones. René está consciente que, si pasa una lluvia grande por acá, puede que el barro arrase con él, su ruco y el Laco. Reconoce que tiene miedo.
-¿Pero qué voy a hacer, si no tengo otro lado donde vivir?- dice.
René Flores no es el único viviendo en las vías aluvionales. Un poco más abajo vive el Jote y junto a la cueva está viviendo Daniel con su polola María. Pero los antofagastinos que pasan por la avenida Padre Hurtado, la más alta de la ciudad y que está a metros de los muros de hormigón, no los ven. Excepto una vez al año, cuando cientos de deportistas pasan junto a ellos cuando se realiza la corrida al cerro El Ancla para celebrar el aniversario de Antofagasta.
Sin casa
Antofagasta es la segunda ciudad -después de Valparaíso- con más campamentos en Chile. Según datos del Plan de Superación de Campamentos del Gobierno Regional, en los 35 asentamientos que crecieron explosivamente en los últimos años hay 3 mil familias viviendo, unas diez mil personas. A René Flores le gustaría al menos ser parte de esa cifra. Es paradójico: pese a que vive al lado de un campamento donde hay terrenos para que instale una mediagua, no puede.
-En las tomas están pidiendo un dineral. Para puro instalarse están pidiendo 200 mil pesos. ¿De dónde los voy a sacar? Cuando uno postula, hay que cooperar con clavos nuevos, calaminas... ¡si uno necesita para uno!
Paz Fuica, coordinadora del Plan, reconoce que en los mismos campamentos se hacen estos cobros. "Hemos identificado efectivamente lucro", explica. "Hemos tratado de regularizar esta situación invitando a los dirigentes a denunciar, porque hay varios que recurren a estas malas prácticas". Actualmente, se trabaja en la creación de barrios transitorios, para intentar bajar la cifra de campamentos irregulares en Antofagasta.
Daniel Lara y María Astorga llevan viviendo dos meses junto a las piscinas aluvionales, pero por fuera. Es mediodía, Daniel se pone la mochila en busca de conseguir un "pololito" pintando o arreglando muebles, su especialidad. María se peina con un poco de agua, se pone una polera azul y lo mira. Se ríe. Con una cortina de nylon haciendo de puerta, su hogar es una cueva junto al cerro, equipada con un par de colchones. La única luz por las noches son las velas que cuelgan dentro.
-Nos echan al mismo saco, cuando no son todos adictos. Lo único que quiere es un hogarcito, un pedazo de tierra para salir adelante- dice Daniel. -Aquí estamos poh, es muy desigual. Imagínese donde estoy yo, que sé hacer muebles, no hacemos daño, y de repente hay gente que tiene demasiado, que se le llega a podrir lo que tienen...
Daniel estuvo casado hace veinte años. Tuvo una familia, pidieron juntos un subsidio habitacional, pero eso terminó y él se fue. Ni él ni nadie puede volver a pedirlo, porque se da sólo una vez en la vida, exceptuando en caso de divorcio. Llegar a tener casa propia es un sacrificio, pero en Antofagasta es mucho más. Todo es una cadena. El altísimo costo de vida en la capital regional, sumado a que hoy ninguna vivienda nueva cuesta menos de 2.500 UF, hace que -de partida- un subsidio sea prácticamente inútil. Hoy existe un déficit de 22 mil viviendas, el más alto a nivel nacional.
A finales de 2017, se espera que estén listas las primeras 3 mil viviendas sociales en La Chimba Alto, para empezar a descomprimir ese déficit. Para 2026, en ese sector ya debieran haber 12 mil casas construidas, que corresponderán a los más de 129 comités de vivienda ya constituidos en Antofagasta. Daniel, María y René serían de los últimos en esa interminable fila.
-Me dijeron que no tenía derecho a un subsidio porque ya había postulado. Me da no se qué, me da lata hacer un trámite, y como soy solo, yo no tengo la prioridad- dice René Flores acariciando el pelaje del Laco.
Tras los cerros
En la práctica, el estatus en el que viven los habitantes de las vías aluvionales corresponde a estar en situación de calle. Loreto Nogales, seremi de Desarrollo Social, explica que en la región aproximadamente hay 700 personas viviendo en esa condición, y que existen trabajos en ese sentido. "Tenemos el programa Calle, que intenta a contribuir a que mejoren sus condiciones y su calidad de vida, entregando herramientas que le permitan luego a mediano o largo plazo reinsertarse en la sociedad", dice.
En otro lado de la ciudad, Víctor Illanes se sienta fuera del bloque de hormigón y se saca el jockey para secarse la transpiración.
-Claro que tengo miedo puh, si a mi me tocaron las lluvias.
Trabajador de la construcción ("soy enfierrador", dice), el hombre lleva dos años viviendo al final de las piscinas, junto a la avenida Padre Hurtado. Pero de la vereda de la calle tampoco se ve el lugar donde vive. En marzo, cuando el inesperado frente de mal tiempo arrasó con Chañaral y Diego de Almagro, Víctor estaba preocupado. En Antofagasta está latente aún el recuerdo del aluvión de 1991, que mató a 92 personas en una noche de junio donde acá todo era barro. Ese día, llovió tan fuerte en el desierto que muchos pensaban que el cerro otra vez se venía abajo.
-Nosotros tuvimos que desarmar, salimos de acá- cuenta.
El ruco de Víctor, como casi todos acá, está hecho a punta de trozos de tablas, cartón y colchones. Ahora está techado con sábanas, cubrecamas y un par de metros de calamina, pero pronto vendrá el invierno y habrá que reconsiderar el techo. Víctor estuvo a punto de tomarse un terreno en un campamento, pero tuvo problemas con el encargado y tampoco pudo.
-Yo llevo dos años en un comité, no he tenido ninguna noticia buena. Aquí estoy, pero si ni Dios quiera, llegase una lluvia grande, arranco poh.
Vivir acá es un riesgo y todos lo saben. La Dirección Regional de Obras Hidráulicas (DOH) realiza periódicamente inspecciones para evitar que personas vengan a vivir acá, debido al evidente riesgo que corren. "Si bien las gestiones para evitar este tipo de situaciones de riesgo son sistemáticas y contantes, algunas personas son reiterativas con estas conductas irresponsables", dice el director regional de la DOH, Manuel Gutiérrez.
Cada año, la ejecución del contrato de conservación de las vías implica la limpieza de las quebradas y su entorno. En Antofagasta, está considerada en Salar del Carmen, La Cadena, Baquedano y este sector, El Ancla.
René Flores pregunta si a lo mejor este reportaje no los irá a funar. Está tan tranquilo viviendo acá, que no le gustaría que lo desalojasen como ya lo han sacado tantas veces de los lugares donde ha instalado su ruco. Le ha costado conseguir trabajo, pero dice que puede seguir recolectando calaminas y tablas para seguir sobreviviendo. El Laco, su perro, lo sigue a paso lento por la hilera de piedras que pusieron para bordear el camino hacia el hogar de René, un hogar que le da la espalda a Antofagasta, la ciudad cuyo PIB per cápita que -al menos según las estadísticas- es el más alto del país.
Al frente, en avenida Padre Hurtado, una pareja camina por la vereda oriente. Ninguno de los dos mira hacia el cerro.

