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Cambiando la bandera nacional en la cima del Cerro El Ancla

"La Estrella" fue a preparar el cerro para la corrida del aniversario de Antofagasta junto a Wilson Valenzuela, quien la cambia todos los años. Ahí nos contó de su tradición, de sus años de soldado y de un secreto casi-atentado a Pinochet en Arica.
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Ignacio Araya C.

Cada año, en esta misma fecha, Wilson Valenzuela (52) tiene una misión única. No tardará más de una hora en hacerla, pero durante los últimos 43 años nadie más la ha hecho. Valenzuela, miembro del Comité Patriótico de Antofagasta y bombero de la Sexta Compañía, tiene en sus manos una bolsa que contiene la bandera que se colocará en el mástil del Cerro el Ancla, a propósito de la corrida que se realiza para festejar el aniversario de Antofagasta.

La subida está coordinada para las cinco de la tarde en la Circunvalación Padre Alberto Hurtado, la única forma directa de llegar hasta el cerro que acoge desde hace 130 años al ancla invertida, emblema de Antofagasta. Junto a "La Estrella", Valenzuela subirá el cerro junto a dos bomberos de su compañía, quienes lo acompañan con una escalera para que alcance los doce metros del mástil.

-Antes no usaba escalera. Me trepaba así- dice Wilson, haciendo un ademán con los brazos. La primera vez lo hizo así, en febrero de 1973. Es raro que a un niño de nueve años le hayan permitido subirse a un lugar tan peligroso, pero él dice que así fue. Lo había motivado un vecino que hacía ese trabajo cada año, casualmente llamado Juan López, como el Chango. Desde entonces, cada año se subió así no más, "a capella", hasta la punta del mástil para poner el emblema nacional.

El problema de treparse era el peligro de caer en las peligrosas y afiladas rocas que están junto a la punta del ancla. Arriba, el peso de la persona y el viento hacen mover el mástil peligrosamente. Wilson cuenta que una vez, el año 80, casi se cae. "Estuve a punto", dice. Y a pesar del riesgo, recién en 1990 le pusieron una escalera para que pusiera bien la bandera.

Comenzamos a subir la empinada subida del cerro. Adelante de nosotros, los voluntarios Kevin y Cristopher portan la escalera con los uniformes puestos. No es la mejor idea andar con botas en un lugar así, pero ellos son profesionales. Wilson les va dando instrucciones. ¡Sigue la huella, cuidado con la escala!, les dice.

-Yo sé como es el cerro- dice. -Vengo todos los años y eso que fumo.

El bombero Wilson, a sus 52 años, sigue fumándose una cajetilla diaria. De veinte. Varias veces le han mencionado que reventándose los pulmones de esa forma no llegaría hasta la cima del cerro, pero él llega y se trepa igual. Porque es un atleta, dice. Fumador y todo, pero atleta. Además, explica, el cuerpo se acostumbra. Ahí desliza una infidencia:

-Antes de venir acá me fumé un cigarrito...

La granada de pinochet

Cada año, cientos de personas vienen de todas partes del país para participar de la carrera. El año pasado fueron trescientos, quienes bajan a toda velocidad la peligrosa cuesta del cerro. Cuando uno ve las enormes quebradas, esas que finalizan abajo con las obras de contención de aluviones, piensa cómo acá no se ha matado nadie. Wilson dice que no, pero que sí ha visto piernas quebradas y un par de heridos, pero por suerte los señaleros están ahí pendientes.

La carrera de subida al cerro El Ancla es una tradición netamente antofagastina donde no hay que pagar diez lucas para correr como en algunas actividades de running promocionadas por grandes marcas. En la carrera de 2015, los atletas debían pagar $600, más que nada para alojar a los deportistas que venían del sur a correr.

Mientras avanzamos entre las resbalosas piedras del cerro, Wilson cuenta que también ha subido otros macizos, como el Morro de Arica, por ejemplo. Allá hizo su servicio militar, en 1983. "Era más jodido hacer el servicio antes que ahora", dice.

-¿Lo aporreaban mucho?

-Sí, duraba dos años. Nos decían que teníamos que ir a la guerra, nos llevaban a la frontera.

En una de esas noches de servicio, en campaña, al soldado Valenzuela varias veces lo levantaron alertado por que en Arica habían asaltado el cuartel. Era todo un simulacro, pero los superiores lo decían en serio.

-Hubo un atentado ahí al general Pinochet- desliza Wilson. -Tiraron una granada por ahí y reventó poh.

El famoso atentado, que podría haber cambiado la historia de Chile como la conocemos, no está registrado en ningún libro de historia. Hasta donde sabemos, sólo se conoce la emboscada que le hicieron al dictador en el Cajón del Maipo el 86, donde ahí sí que casi sale volando por una bazooka. Pero Wilson asegura que ese atentado existió, que se hizo una investigación ultra-secreta para saber de dónde había aparecido esa granada, "y porqué querían matar a nuestro general", dice. Nunca se supo más.

El bombero Wilson Valenzuela no habla más del tema del atentado. Para terminar el asunto, cuenta que quería quedarse en el ejército, pero un tío suboficial le dijo que no, que se volviera a Antofagasta. Y aquí se quedó, pero esta vez definitivamente como bombero.

Seguimos subiendo. Queda poco para llegar y tomamos un descanso junto a un enorme acantilado que está detrás del cerro. Arriba, una bandera destruida por el viento y el sol espera con urgencia el cambio. Wilson cuenta que una vez se robaron la bandera, puso avisos en la radio y los diarios para buscarla, pero lo tomaron preso a él.

-Eso fue el 92 más o menos. Llegó Investigaciones, me esposaron y me fui detenido por robo. Les dije que la bandera iba a aparecer porque tiene un timbre del comité, un sello de agua. Y al otro día apareció la bandera.

Una señora lo salvó, cuenta. Unos tipos que se habían robado la bandera la estaban vendiendo y justo la vecina la reconoció.

Ya estamos en la cima. Kevin y Cristopher tienen la escalera lista. Wilson se sube y comienza a desenredar la cuerda que sostiene el viejo emblema, flameando en las últimas ya. Saca los alambres y la baja.

Una cadena, de ocho metros de largo, hace de cuerda. La va pasando por medio de la bandera. Cuando ya está lista, Wilson vuelve a subir. Esta vez, tiene que tocar la argolla más alta. Y como en los viejos tiempos, como el 73, sube hasta el último peldaño para ir trepando el mástil. Los voluntarios jóvenes ya no quieren ni ver, de puro nervio. El viento, tal como contó, empieza a mover el mástil.

Pasan treinta segundos y por fin, la bandera está en su lugar. Wilson termina su faena y vuelve a tocar el piso. Los bomberos recogen la escalera, es hora de volver. El bombero dice que no sabe quién va a seguir con la tradición, pero le gustaría que, cuando ya no pudiera treparse al mástil, lo haga alguno de los hijos de Eduardo Cordero, presidente del Comité Patriótico de Antofagasta.

-Yo estoy orgulloso de mantener una tradición tan antigua- dice Wilson Valenzuela. Antes de volver a tocar la vereda de Circunvalación Padre Hurtado, vuelve a mirar la bandera, que tendrá que venir de nuevo a buscar cuando termine la carrera.

Y de ahí, hasta el otro año, dice.