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La nueva vida de Lucas tras su trasplante de corazón en Michilla

A los 13 años, Lucas Céspedes debió someterse a una de las operaciones más complejas de la medicina. Hoy el pequeño juega en su Michilla natal mientras su familia evalúa qué hacer ahora que la minera de la que dependía prácticamente todo el pueblo, cerró para siempre.
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Ignacio Araya Ch.

Miocardiopatía dilatada. Durante más de un año y medio, Marianela Díaz tuvo que escuchar cientos de veces el nombre de esa maldita enfermedad. Se encontró con ella cuando su nieto, Lucas, comenzó a sentir que se le agitaba el corazón en su casa de Michilla, pequeño pueblo costero ubicado a 109 kilómetros al norte de Antofagasta. No quedó tranquila cuando le dijeron en Mejillones que esa molestia podía ser un "soplo nada más".

Fue ahí cuando un cardiólogo mencionó el diagnóstico final, miocardiopatía dilatada. Desde entonces -noviembre de 2013-, que esa patología cambió la vida de toda una familia.

En pocos meses, Lucas Céspedes Pastén -en ese tiempo de 11 años- debió cambiar la tranquila vida de Michilla, donde no viven más de 800 habitantes, a una sala del Hospital Clínico de la Universidad Católica, en Santiago. Tras una serie de exámenes y pruebas, los médicos determinaron que la única forma de salvar la vida del pequeño era un trasplante de corazón. Ahí comenzó la angustiante pesadilla.

"Fue mucho tiempo esperándolo. Puede que fueran días, semanas, meses, podía no llegar".

A Marianela le cuesta hablar de la época cuando Lucas estuvo conectado a una enorme máquina que controlaba las funciones de su organismo. De hecho, aún no puede ver completo el video que tiene en su celular donde se puede ver al pequeño vestido de bata caminando por los pasillos del Hospital Clínico, en los meses previos al trasplante.

Los días fueron eternos. En la espera, Lucas sufrió dos derrames cerebrales. Todo iba así hasta la tarde del 1 de mayo, el corazón de un fallecido joven de 24 años se convertía en la esperanza de Lucas. Fue complicado preparar a la familia para la noticia. Los abuelos cuentan que pasaron todo tipo de pensamientos por su cabeza. ¿Y si el corazón tiene problemas? -se preguntaba ¿Y si algo falla? ¿Y si Lucas debía nuevamente volver a la sala conectado a esa máquina...?

"Fue angustiante. Nos avisaron que debía estar en ayunas y que venía un posible donante, porque había que examinar el corazón primero. Quedamos con la incertidumbre", cuenta Luis Céspedes, abuelo del pequeño que lleva 36 años viviendo en Michilla.

La operación fue un éxito. El trasplante se realizó a las 23:30. Un mes después, el 4 de junio, Lucas salió del hospital y volvió a su querido pueblo.

Hoy, ya son siete meses de eso, son las 11 de la mañana y el pequeño está viendo tele, comiendo yogur con Chocapic.

"Gracias a Dios está en buen estado, todo sanito, el corazón le cayó preciso", dice Marianela apoyada en la pared.

La recuperación de Lucas, que hasta ahora ha sido rápida, también dependerá de una caja verde llena de remedios que deberá ingerir de por vida para su estabilización. Pastillas de todos colores cuya dosis irá bajando hasta que tenga que tomar el mínimo.

Allá en Santiago, el personal de apoyo le hizo un cuaderno a Lucas desde el día en que partió su nueva vida. En él marcado con plumones, aparecen los horarios de cada pastilla, a las 7, las 9, las 11... y también muchos dibujos.

Sin michilla

"¡Shaggy! ¡Shaggy!" llama Lucas a su perro cocker spaniel que juega atrás en el patio. "Shaggy, ven, ven".

Shaggy salta a sus piernas en el living de la casa y le langüetea la mano. Su abuelo, Luis, mira la escena. El nieto por fin está en la casa, pero ahora comenzó el desagradable proceso de pagar todas las deudas que se tienen con el hospital, que no son menores. Las primeras cuentas fueron de 22 millones, luego una de 26, "después una de cuarenta y algo así...". Luis se confunde con tanto número.

Hasta el 23 de noviembre pasado, Luis Céspedes era operador de camión de extracción en la minera Carolina de Michilla, faena de la que todos dependían de alguna forma en este pueblo y que dejó de existir el 31 de diciembre pasado.

"Al principio había comentarios nomás, por el asunto del cobre, que ya no daba para más..."

El cobre, como se sabe, no dio para más. Muchos de los 540 trabajadores que eran empleados de la compañía o externos, fueron reubicados en otras mineras. Sólo a unas cuadras de la casa de Luis, uno de sus vecinos está listo para irse a los Sulfuros de Chuquicamata. Él no. De hecho, está buscando todas las posibilidades para volver a trabajar.

"Si seguimos así, va a morir el pueblo no más. Va a ser como Baquedano, una cosa así. Pero me gustaría quedarme. Es mucho más tranquilo que Antofagasta o Mejillones, están todas las comodidades en tu casa. Allá en Antofagasta uno no sabe con lo qué se puede encontrar".

Lucas acaricia a Shaggy para las fotos mientras sigue mirando la tele. Antes de todo esto, Lucas iba como todos los niños a la escuela de Michilla, pero acá la educación llega hasta sexto básico solamente. Marianela dice que esa es otra razón para migrar. Se resiste, no quiere, pero quizá sea inevitable.

"Tendremos que ir a Antofagasta. Estamos viendo dónde instalarnos allá, mi suegra nos va a facilitar una pieza para estar acomodados ahí".

"Aún hay tiempo de pensar en eso", dice Luis, quien le agradece al alcalde Marcelino Carvajal por la ayuda prestada durante la enfermedad de Lucas. Porque por ahora, lo más importante es que Lucas sea feliz con su nueva vida. Y se le ve así, mientras juega con su perro Shaggy en el lejano pueblo de Michilla.