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Aprendiendo en la lejana escuelita de Caleta Constitución

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Pese a no estar muy lejos de Antofagasta -apenas la separan 40 kilómetros- la vida de Caleta Constitución es diametralmente opuesta al ruido y agitación de la ciudad. Es lunes por la mañana, y mientras en calle Maipú un transpirado taxista hace sonar su bocina en el taco creyendo que así el semáforo va a cambiar a verde, en este apacible pueblo de pescadores los pasos de una persona se pueden sentir a metros. De hecho, si no fuera porque unos perros chapotean en la orilla de la bahía, nada habría advertido la presencia de extraños en la caleta.

De lejos, se escuchan voces de niños. El ruido viene de un pequeño galpón ubicado en el centro del poblado, que funciona como la única escuela de Constitución y todas sus caletas cercanas. Acá estudian doce niños de El Buey, Errázuriz, El Bote y Juan López como un anexo de la D-136, Padre Patricio Cariola de Antofagasta. En este momento, los niños están en clase de lenguaje. Nicolás, uno de los pequeños, le muestra a la profe María Teresa el avance que lleva en su libro de caligrafía.

-Ya mijito, lo vamos a arreglar. Vaya a recreo Nicolás, pero antes de salir deje ordenadita su mesa- dice la profesora.

APRENDER

En 2013, la prensa local hablaba de 28 niños que no estaban yendo a clases en las caletas cercanas a Antofagasta, ni siquiera en Juan López. "Estamos en conversaciones con la Corporación Municipal para traer un profesor a terreno, para que así los 28 niños que ocupan el balneario Juan López de una forma definitiva puedan estudiar", contaba en ese momento Luis Cortés, entonces jefe del Departamento de Organizaciones Comunitarias del municipio.

Han pasado dos años, y María Teresa Olivarí fue esa profesora que hoy tiene la misión de garantizar el derecho de todos los niños chilenos de estudiar. La profe se levanta todos los días a las seis de la mañana, y a las 7.10 un furgón de la Corporación Municipal de Desarrollo Social la pasa a buscar con destino a la escuela Patricio Cariola, para retirar las colaciones de Junaeb.

Mientras el sol comienza a salir desde los cerros de la pampa, la profesora María Teresa va caleta por caleta buscando a los niños. A veces se demora un poquito cuando alguno se queda dormido, pero la clase empieza a las 9 en punto en compañía de Ximena Olivares, su asistente que vive en la misma Constitución.

-Estos son niños con las mismas necesidades educativas que en cualquier parte, lo único es que ellos no tienen acceso a tecnología- explica. En una época donde hasta los niños pasan sus recreos mirando un Smartphone, en la escuelita ni siquiera hay luz. Para qué hablar de conexión a internet. El imponente Cerro Moreno se encarga que ni una sola barrita de señal pase a los celulares, por lo que la familia de la profe no sabe absolutamente nada de ella hasta cuando termina las clases, cerca de las tres de la tarde.

Son muchos los factores que generan una fuerte conexión entre los niños y su escuela. Todos tienen edades diferentes, y si bien en un bloque todos deben estudiar matemáticas o lenguaje, las tareas son distintas de acuerdo al nivel. Tanto el pequeño de seis años como el de 15 deben compartir, jugar y quererse. Mal que mal, en varios kilómetros a la redonda no hay más niños como ellos. "Más que sumar y restar o aprender a leer, han aprendido la tolerancia y el respeto. Aprender a empatizar con el otro", menciona la profe María Teresa.

CREAR

-¡Profe, mire, ella es re lenta y no la pueden pillar!- se ríe el David (8) mientras corre junto a sus compañeros en el patio de la escuela, una pequeña cancha donde sólo un aro de básquetbol rompe la monotonía del concreto. Él vive en Juan López junto a su hermana, que también es su compañera de curso. "A mí me gustaría ser policía", dice mientras sorbetea un jugo de naranja.

David fue un caso especial el año pasado. Hasta el año pasado, no había caso que aprendiera a leer. "Tenía que incentivarlo", cuenta la profe María Teresa. Ella le propuso que, si lograba leer como quería, se lo llevaba de vacaciones. Así fue, y David estuvo una semana en un hotel de Vallenar, donde conoció cosas que sólo conocía en libros. El río Huasco, los valles, andar a caballo. Hasta entonces, David apenas había salido de Antofagasta.

Durante los quince minutos que duró el recreo, los niños se mantuvieron todo el rato corriendo -y riéndose- detrás de un globo. La asistente pedagógica, Ximena Olivares, los mira jugar. Es una imagen que difícilmente se podría repetir en algún otro patio. "Nosotros les tratamos de inculcar que sean mucho mejores personas", dice. Ximena cuenta que por la experiencia de vivir en una caleta, pareciera que los niños están predeterminados a seguir los pasos de pescador. Acá se les enseña, además de números y letras, a soñar. "Hay quienes quieren ser chef, médicos", explica.

SOÑAR

La única forma de movilidad social es a través del estudio, vuelve a decir la profe María Teresa. Y pese a que acá existen libros y cuadernos como en todas las escuelas del país, no tienen luz. Hay, eso sí, una oportunidad. El sindicato de pescadores postuló a un proyecto con la Universidad Católica del Norte para construir acá una planta desalinizadora de agua, y como para ello se necesita energía, se instalaron paneles solares.

-Estaban terminando y les dijimos que necesitábamos luz, si nos podían convidar… con que nos tiren un cable.

El agua es aparte. Con un estanque de 500 litros semanales, se utiliza para el baño. El club de Leones aporta otro bidón semanal, y así va funcionando. Tener internet es un sueño, dice la profe. "Teniendo energía, podríamos tenerla, pero acá no hay conectividad telefónica, una antena y cosas así. Sería ideal poder navegar con los programas del ministerio, pero son palabras mayores".

Lizbeth, una niña de 12 años vestida del buzo verde de la escuela Patricio Cariola, sale elegida para bailar cueca. La profesora les enseña el ocho y la medialuna, y los niños miran el baile de María Teresa y Ximena, porque después tendrán que hacerlo igual. Están atentos. "Los niños de repente vienen contentos, a veces tristes, y uno tiene que ser mamá, psicóloga, de todo", comenta Ximena Olivares.

Los niños se quedan en clases y a medida que uno se va alejando, vuelve a reinar un silencio que será total después de las 15.30, cuando termine la jornada. Tal vez las distancias y el cerro impedirán por un tiempo que no llegue ni luz ni celular ni internet a Constitución, pero aún así en estos dos años las clases no han fallado un solo día acá, en la escuelita donde todos son amigos. J