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El ciclista amateur que llegó de Colombia para conquistar América del Sur

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Complejo Fronterizo Chacalluta. 20 de mayo. Tarde. Andrés Jaramillo, joven colombiano de 26 años, está en la larga fila del control migratorio, por el paso de los autos. Tiene puesto un chaleco reflector anaranjado y una sudadera impermeable.

-¿Nombre? ¿Nacionalidad? ¿Qué vehículo tiene?, pregunta la policía.

-Una bicicleta, dice Andrés. Al ver la expresión de sorpresa en el rostro de la dama replica "Sí, véala ahí".

No tengo Para Chile Nadie 250 soles. Pero a mí me mandan dinero de la casa, desde Colombia. Es que yo soy estudiante, vea mi carnet. A mí no me interesa quedarme en Chile, solo quiero conocer. Yo ando por todas partes ¿Le muestro las fotos? Vea. Yo estuve en Machupicchu, Arequipa y La Paz.

La policía se aleja de la ventanilla, consulta con alguien más. Todos terminan viendo sus fotos.

La historia es esta: El 5 de enero el ciclista amateur salió de Medellín con el único sueño de conocer todo Sudamérica. Mientras salía de Colombia descansaba en el primer lugar donde le cogiera la noche y a la mañana siguiente seguía pedaleando. Lógicamente, no faltó -ni ha faltado- el alma caritativa que le brinde posada.

Salió de Colombia por Ipiales, de ahí vinieron muchos pueblos y ciudades: Tulcán, Quito, Tumbes, Lima, Pisco, Arequipa, Cusco, La Paz, nevados, desierto, mar, sierra, montaña, frío, calor.

Se vino de Colombia en una bicicleta pistera, "una cicla vieja, de esas que ni marca tienen". La compró en 60 mil pesos colombianos (16 mil chilenos), pero que con ella solo llegaría por ahí hasta Quito, fue lo que dijeron. "Hasta donde me lleve, voy", contestó su obstinación.

Cuatro meses y quince días después de su partida, intentaba entrar a Chile. Persona que conocía su idea, persona que le decía que el ingreso a este país sería imposible si no tenía pasaporte. "Así no me dejen pasar, al menos conozco la frontera". Pero después de unas cuatro horas de espera en el paso fronterizo de Chacalluta, lo logró.

Es de Noche. Andrés sabe que no puede transitar por más chalecos reflectores que lleve encima. "Pero qué tal si armo la carpa por ahí… y le dan por devolverme", piensa. Se acerca a un agente de la PDI para pedirle permiso de abrir el camping. Después de revisarle todos sus papeles le pregunta ¿a usted cómo lo dejaron pasar?... Muy de buenas.

El de la PDI lo autorizó sin reservarse la advertencia sobre las minas antipersonas de la frontera. "No se aleje mucho", le dijo. Andrés preguntó para sus adentros ¿Aquí también hay minas?

Andrés nació en Los Andes, zona rural del Suroeste Antioqueño, territorio de disputa militar de guerrillas y paramilitares. Constantemente oía hablar de violencia, asesinatos selectivos, de minas… pensó que de esos aparatos solo ponían en su país.

En ese ambiente creció, desgranando las matas de café que tenían sus padres en la finca. Hace pocos años su familia se desplazó a Medellín. Allí, como "un joven normal", empezó a estudiar a distancia Contaduría (Auditoría) en la Corporación Universitaria Medellín, a la vez que trabajaba en una empresa de telecomunicaciones.

Un día tomó la bicicleta de uno de sus hermanos para desplazarse de la universidad a la casa, de la casa de Medellín a la finca en los Andes, de una ciudad a otra. Ahí empezó la pasión. El primer viaje largo fue a Villavicencio, en los Llanos Orientales de Colombia. Un día y medio de pedaleo de ida, y tres de venida, porque se regresó por otro lado, para conocer más e ir entrenándose.

Supo que la bicicleta de su hermano no lo llevaría más lejos que eso, y compró otra. En esa emprendió su viaje por América del sur.

Andrés no anda de turista. Salió de Colombia con 500 mil pesos (unos 120 mil chilenos) y es mentira que sus padres tienen cómo enviarle dinero. Por eso, en algunas de sus paradas ha trabajado. Aunque lo hace más por descansar y recargar energías suficientes para la siguiente pedaleada.

Trabaja una semana, quince días o un mes. "Hasta ahora tengo la plata con la que salí, gracias a las personas que me han brindado alojamiento, alimentación y me han permitido hacer labores de pintor, agricultor, ayudante de cocina, técnico de telecomunicaciones, ayudante de soldadura, sin pedirme hoja de vida o experiencia laboral".

La única vez que decidió pasear como turista, fue para subir a Machupicchu. Se alojó en un hotel, dio la bicicleta a guardar y pagó transporte. Una vez arriba pensó que cómo no se iba a tomar un café. Sacó su pequeña estufa, la olla, hirvió el agua, sirvió, bebió. Solo cuando salen de su país, es que los colombianos se dan cuenta de lo colombiano que es el café.

De su casa salió con tres mudas de ropa, un par de cobijas (frazadas) "y la bendición de mamá y papá ¡Ah, no!" acaba de recordar que su papá nunca le dio permiso. Las maletas se las regalaron en el camino y varios utensilios de esta batalla los compraba mientras la experiencia le decía lo que iba necesitando.

Llegó a Arica en la mañana del glorioso día chileno 21 de mayo. Vio el desfile militar por la Avenida Máximo Lira, subió al Morro, bajó a buscar comida, pero por ser día festivo, casi todos los locales se encontraban cerrados. Al cruzar Maipú, un habitante de la calle chileno que quiso acompañarlo, le indicó el lugar de un restaurante colombiano. Estaba abierto.

"Antes de que yo volteara a ver, él ya estaba pidiendo comida para los dos". El chileno le comentó al dueño quién era Andrés, lo poco que sabía: un ciclista que viene desde Colombia. Más tarde, don Luis lo mandaría llamar, le ofrecería posada, alimentación y trabajo en su local "El sabor colombiano".

Andrés le agradeció la amabilidad a su compatriota pero le explicó que solo trabajaría unos quince días, luego seguiría su camino al Sur, a Argentina… "quiero ir a las Cataratas de Iguazú, a Brasil, aunque no sé hablar portugués, pero… vamos a ver".

Hace cinco meses, Andrés salió de Colombia. Hoy está en "El sabor colombiano" atendiendo a los clientes de las papas rellenas, las empanadas, las arepas con carne desmechada, los buñuelos, la avena y los jugos de fruta natural. Es una parada, no sabe que será mañana, pero tiene su bicicleta. J

Solo cuando

salen de su país,

es que los

colombianos se

dan cuenta de lo

colombiano que

es el café.