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Una ciudad a medias

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¿Una colación, soldado?... El militar, con los pies embarrados hasta un poco más abajo de la rodilla, se nota extenuado. Va con una carretilla transportando palas, mientras una decena de sus compañeros va subiendo la ayer destruida calle Progreso, en Taltal. Tras horas de trabajo, el barro se ha despejado de a poco, y el soldado duda un momento en recibir el pan con jamonada que le ofrece una taltalina. Cuando ve que otro militar lo acepta, él agradece la bolsita.

-Muchas gracias, se pasó.

Aunque ya han pasado cinco días desde que las piscinas aluviales de la quebrada Central cedieron parte de los 33 milímetros de agua que cayeron en Taltal, los barriales no se han ido. Los vecinos intentan despejar las calles a punta de palazos, pero no hay dónde tirar tanta tierra mojada. Hay calles, como Progreso, donde la maquinaria de ayuda no ha llegado, y da lo mismo por donde caminar, porque el barro está por todas partes. Las pocas camionetas que se atreven a entrar por Progreso literalmente patinan por la vía.

Pese a que viven sólo 14 mil habitantes, las realidades de Taltal son muy dispares. Mientras en la céntrica calle Arturo Prat siguen sirviendo los ricos chacareros del "Tentaciones", arriba, en calle Bilbao, unos jóvenes embarrados se sentaban en la solera a descansar de todo un día sacando barro de su casa.

En esas condiciones Francisca reparte, todas las tardes, bolsas con colaciones a los soldados y carabineros que intentan darle orden a una ciudad donde todos están con la incertidumbre de saber cuándo se volverá a la normalidad. Para el aniversario de la ciudad, los vecinos se reparten en alianzas para postular a su reina, y en la emergencia, esas mismas alianzas reaparecieron, pero para ayudarse entre sí. Francisca es una vecina que vive en Progreso pero dice que, por suerte, no pasó nada tan grave. "Acá somos muy unidos, nosotros cooperamos no más, no nos quedamos a esperar", dice.

En el segundo piso de la esquina de Progreso con O'Higgins se agolpan decenas de personas de la población para coordinar la ayuda. Unas vecinas clasifican las bolsas que llegan con ropa. Buscan sábanas, la necesidad más urgente en este minuto. Un equipo se encarga de las colaciones: una vecina abre el pan, otra le pone el jamón, otra el kapo. Cristian, un niñito de unos siete años con los shorts llenos de barro, ofrece ayuda para cargar una bolsa matutera con ropa. "¿Le ayudo caballero?", dice.

AGUA, POR FAVOR

-Mire, acabo de venir para ver si me dan leche, y me dicen que hay un stock chiquitito- cuenta Jéssica Godoy, vecina del sector norte de la ciudad donde, dice, recién llegó agua el domingo. Recién, desde el jueves. Llegó hasta el centro de operaciones, donde militares, voluntarios y personal municipal corren todo el día para coordinar las tareas urgentes. También hay alimentos, que se reparten en canastas familiares. Pero en esta ocasión, a Jéssica le dijeron que no hay leche por ahora para su niño de seis años.

Aunque aquí nadie tiene agua, la situación parece más grave para los vecinos que viven por donde pasaron los ríos de lodo. En algunos sectores se siente olor a aguas servidas, y Francisca, quien está con mascarilla repartiendo las colaciones, advierte que hay que vacunarse. "Acá hay caca, guarenes, de todo", explica.

Cae la noche. Los voluntarios llegan de a poco, y las siluetas de jóvenes con palas se confunden en la oscuridad de una ciudad iluminada a medias, todos con la misión de reconstruir una ciudad que crecía y progresaba. Por primera vez en muchos años, una segunda bencinera se instalaba en calle Bilbao. Ni siquiera alcanzó a inaugurarse: está sepultada por el barro.

Cansada, la gente se va retirando de poco a las casas. Mañana será otro día en zona de catástrofe, y, si Dios quiere, uno menos sin agua. J