Secciones

La vida del gran maestro ajedrecista de la Perla

E-mail Compartir

Antes era algo normal, cotidiano, incluso una suerte de tradición en el paisaje, ver a Javier Egaña sentado junto a sus tableros en el Paseo Prat. Extraño resulta decir "antes", cuando esa palabra se remite a tan solo dos días atrás. La verdad es que costará acostumbrarse a caminar por el centro y ver ese espacio vacío, sin las mesas y las sillas del hombre que por más de 30 años se encargó de formar a las mejores generaciones del ajedrez regional.

El hombre de cabello nevado, cejas frondosas, había llegado el 63 a la capital regional, y desde el 5 de julio del año 82 que estaba sentado en el centro. Se erradicó con la esperanza de encontrar opciones laborales por estas tierras. Venía de Copiapó donde había trabajado en la minería, pero mucho más que eso no se sabe.

La verdad es que siempre fue un hombre reservado, no conversaba mucho de su familia, y solo algunos habían escuchado que tenía una hermana en su ciudad natal. Más que eso, nada. Por ello en el momento de su partida, el problema más grande vino en la coyuntura de intentar contactarse con sus cercanos.

Sus colegas ajedrecistas, alumnos y, si puede llamárseles de esta forma, amigos, intentaban hasta ayer de todas las maneras poder ubicar a alguien que quisiera venir a despedirlo. Dicen que tenía una hija en Santiago, pero nunca estuvo confirmado.

Javier solía relatar, muy de vez en cuando, que había sufrido torturas de los milicos en la dictadura. Incluso, explican, mostraba marcas en los brazos que él atribuía a quemaduras y a otro tipo de vejaciones de los uniformados.

Ese negro episodio de Chile también había sido una marca que dividió en un antes y después al maestro. Cuentan que fue tanto lo que sufrió que nunca pudo reponerse y seguir trabajando, así que tomó la decisión de enfocarse completamente a la formación.

Recibía la pensión Valech, con eso y lo que ganaba en las clases del deporte ciencia, tenía lo justo para poder solventar el alto costo de vivir en esta tierra de oportunidades.

El profe

Los que tuvieron la oportunidad de conversar con él saben que el tema económico no era medular en su vida. En su mente circulaban siempre ideas para tratar de levantar el deporte en la región. Su última idea, y la más ambiciosa de todas, era poder unir a chilenos y colombianos por medio del juego que amaba. Ya había hablado con algunos ajedrecistas para conseguir las lucas y para preparar las fechas de un futuro torneo. Eso hasta el martes, cuando todo quedó en nada.

"Al que no le hizo clase el Egaña no es ajedrecista", comenta Rodrigo Antilef, uno de sus alumnos que ayudó junto a otros dos de sus discípulos a conseguir un lugar para velarlo y todo ese tipo de trámites propios del deceso.

"Hasta la gobernadora fue alumna de él. Son muchas y grandes personas los que ayudó a formar", explica Antilef.

Su importancia trascendía a otras disciplinas deportivas, y era constantemente visitado y alabado por figuras que lo visitaban exclusivamente para felicitarlo por su solitaria travesía. Un esfuerzo tan desolado como su partida.

Murió en la tarde del 20 de enero en su domicilio, luego de haber ido a un consultorio cuando su presión se alteró. Ahí, cuentan, le pidieron que volviera más tarde para coordinar una entrevista con el asistente social, por el tema económico que lógicamente gira en torno a la salud. Mas nunca volvió.

Residía en calle 14 de Febrero provisoriamente, luego de que la casa donde vivía fuera destruida en un incendio que se provocó por una vela que se cayó mientras dormía, en la noche del 19 de noviembre del 2012.

"la enorme fortuna"

La última vez que conversamos fue en el lugar de siempre, mientras sostenía un peón con su diestra y acariciaba su barbilla con la zurda. Dijo que se sentía "más tranquilo" y que tenía "buena salud".

"Yo estoy morando en una pieza pagada. Pero la vida está llena de circunstancias, positivas y negativas, y uno no debe amargarse sino que debe seguir con la fe más grande, tratando de hacer cosas no más. Acá el dinero no da para nada, y menos con la persecución que uno sufre trabajando en la calle (ríe), pienso que podrán haber otras soluciones como actividades de ajedrez (...) son pocas ciudades en Chile donde el ajedrez está inserto, y este deporte no produce contaminación ni acústica ni nada. Es un signo de cultura pero desgraciadamente hay gente que no lo entiende así", recalcaba el maestro en el centro, mezclado entre los voluntarios de bomberos que ofrecían rifas para juntar fondos, allí frente al Ripley.

"¿Se imagina usted que se erradicara al Chico de las Conchas, la alegría y el sano esparcimiento de la gente? Yo siempre he sido alguien que defiende mucho a los trabajadores de la calle, especialmente al Chico de las Conchas y al Claudio Mendoza (el Silvio Rodríguez antofagastino), porque son tipos luchadores (...) el único pecado de ellos es ser luchadores por su vida", reclamaba sobre lo que consideraba un abuso de poder que según él cometían los inspectores municipales con quienes se ganan la vida honradamente en las calles.

Ese era su mundo, en la calle, con el ruido de los autos y el estrés de la gente, se erguía a diario para luchar contra los molinos de viento. Un grande que en silencio y con bastante reflexión sabía siempre cuál figura mover en el tablero.

"Yo acá no vendo nada. Yo aquí difundo ajedrez, enseño, capto alumnos y, si la gente quiere jugar conmigo, yo a las mujeres les dejo jugar gratis, a los niños 300 pesos y a los adultos 500. Esa es la enorme fortuna que amaso (...) Yo por ahí estoy esperando que la vida me haga una humorada, y me pueda salir algo para poder salir adelante, sino voy a tener que dejarlo pasar no más. La vida es así y no hay que amargarse, mientras se disponga de salud, que es un capital enorme que se agradece", mencionaba a sus 81 años, la tarde del 20 de agosto del 2014.

j