Cuando la muerte es, nosotros no somos
dinos lo que piensas
Coincidiendo con estas fechas de evocación a nuestros predecesores y de visita a los cementerios, solemnidad de todos los santos y conmemoración de los fieles difuntos, se me ocurre reflexionar sobre la realidad de la muerte, desde una perspectiva puramente literaria; puesto que la misma eternidad engrandece a la literatura como viaje a la existencia. Bajo esta visión digerida y dirigida de lo literario, todas las generaciones han profundizado en el tránsito. El mismo poeta y prosista español, Antonio Machado, nos ha legado el más profundo de los pensamientos: 'La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos'. Ciertamente, los seres humanos desde siempre se han ocupado y preocupado de su muerte y de sus muertos, unas veces con cierto temor, otras veces con esperanza. En cierto modo, necesitamos recordar experiencias de vida, sentirnos cercanos unos de los otros más allá de la ausencia o del olvido. Hay un estrecho vínculo entre todos, entre los que caminan y entre los que sueñan, entre los que peregrinan y entre los que duermen, entre los que se aman y entre los que se dejan recordar.
Las tumbas son casi un espejo de lo que fueron, del mundo vivido, hasta poder descubrir cómo vivieron, qué amaron y qué les conmovía. Efectivamente, tras esa muerte hay una vida vivida que vale la pena cuando menos meditarla. Contrariamente a lo que se pregona en nuestra sociedad actual, que intenta quitar de nuestra mente el poético pensamiento del trance, de la expiración, a pesar de ser un tema que nos concierne a todos los seres humanos. Recorrer nuestros cementerios, leer sus inscripciones, abrazarse a sus soledades, compartir el silencio, cuando menos es un camino que invita a explorarnos por dentro. A veces, nuestras habitaciones interiores precisan sentirnos acompañados por personas que un día fueron en nosotros hasta nuestra propia vida.
Tal vez tengamos miedo, porque tenemos recelo a ese vacío, a ese partir hacia lo desconocido. Al fin, uno piensa que todo tiene su tiempo y su morada. Y que ahora soy nada, pero mañana puedo ser algo. A lo mejor con ser un verso más del aire, hallo el consuelo que no encuentro en el planeta.
Naturalmente, precisamos sentirnos eternos y acompañados, confiar en alguien o en algo. Para los creyentes es el mismo Cristo quien nos sostiene a través de la cruz que él mismo padeció. Para los que no lo sean, también se tienen que sentir confiados en algo, como puede ser en un cambio de cometido, o en un vuelo hacia otra dimensión.
Al respecto, decía otro escritor francés, François Mauric, que 'la muerte no nos roba los seres amados; al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo'. Es verdad, la propia vida sí que en ocasiones nos los roba y, además, definitivamente.
Víctor Corcoba Herrero
escritor