Regalones de la semana
El tierno Bruno apoya a una de las candidatas a reina de Tocopilla. Además, le encanta comer, botar la ropa y dormir. Pero es el conchito de Lorena Albanéz.
El tierno Bruno apoya a una de las candidatas a reina de Tocopilla. Además, le encanta comer, botar la ropa y dormir. Pero es el conchito de Lorena Albanéz.
Cuando uno tiene ganas de tener una mascota no lo piensa mucho, es más bien un impulso amoroso y una necesidad imperiosa de contar con ese tipo de compañía, lo antes posible. Quienes compran o adoptan a una mascota rara vez piensan en el largo plazo: en que ese animal vivirá unos 12 o 14 años, en el caso de los perros, y hasta 20 años si son gatos. No. Simplemente dicen: quiero un perro o gato, y voilá, lo tienen.
Les cuento esto, porque la semana pasada recibí un mensaje de texto bien triste: una persona que adoptó una cachorra, de una camada que rescaté en Valparaíso, me la iba a devolver. Así tal cual, como un calcetín viejo o un cuaderno prestado. Sin perjuicio que cada vez que doy en adopción a un animal que rescato hago hincapié que cualquier cosa que pase, siempre pueden devolvérmelo -jamás regalarlo y para que decir echarlo a la calle-, me llama profundamente la atención el desapego emocional que tienen algunas personas. Quien solicitó devolvérmelo me decía que estaba muy afectada con la decisión y yo pensaba, para mis adentros, que no era para tanto, dada la determinación que estaba tomando. Y claro, no era de vida o muerte, no había mordido a nadie, ni se trataba de ninguna situación cercanamente entendible. Se trataba de problemas con el dueño del departamento quien 'sorpresivamente' no estaba de acuerdo con que ella tuviera una mascota. Antes de que yo accediera a entregarle a su nueva mascota, hablamos del tema, e insistió en que estaba todo ok. Entonces, me pregunto, por qué somos capaces en nuestros corazones de albergar a un animal -más encima rescatado de un incendio-, tenerlo meses como miembro de nuestra familia, creciendo con nuestros hijos y, de un día para otro, con el ejemplo que significa para los niños, lo devolvemos como si se tratara de una cosa. No me lo explico. O tal vez, sí comprendo porqué las personas toman una decisión tan atroz: devolverlo es mucho más fácil que entrenarlo si produce desórdenes, es más simple que cambiarnos de lugar si ya no nos aceptan, de pelear por ese miembro de la familia (que daría lo que fuera por nosotros).
Una solución al problema
Cuando queramos tener un animal pensemos profundamente ¿realmente quiero una mascota? ¿Tengo el tiempo necesario para cuidarlo? ¿Poseo los recursos necesarios? ¿Puedo tener una mascota en el lugar donde vivo? ¿Estoy preparado para los problemas que esta pueda provocar? ¿Sé quién cuidará de ella cuando esté de viaje? ¿Estoy en un momento adecuado de mi vida para resistir este cambio? ¿Podré ser un dueño responsable y cariñoso? Sólo si todas son afirmativas podemos recién pensar de nuevo en tomar esta decisión. Tener un animal no es un juego, es una responsabilidad que conlleva deberes por el tiempo que vivan.