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La luz de los derechos humanos

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A veces es bueno retornar a las raíces y a los motivos, a las realidades vividas por la naturaleza humana y a la historia de los sentimientos, para ver con otros ojos la perspectiva del tiempo, lo que hubiera sido evitable, lo que sucedió inevitablemente, y lo que puede volver a suceder. La vida, que es un permanente espacio de sorpresas, con unos moradores en continuo movimiento, nos imprime en ocasiones unos contrastes que nos dejan sin palabras. Por eso, pienso que es muy saludable prestar atención y poder decir por igual, poder visionar horizontes unos junto a otros, y asimilar relaciones uno con todos y todos con uno. Al fin y al cabo, existimos para convivir, y el diálogo es el gran instrumento a utilizar. Ciertamente, la convivencia aún es la gran asignatura pendiente de la ciudadanía, en parte por un mal uso de los deberes y de los derechos, por la irresponsabilidad propia del ciudadano, que no piensa y se deja llevar por el instinto.

El verdadero ser humano que busca, crece aprendiendo, y llega a descubrir que somos los principales garantes de lo que pasa por el planeta. No tenemos excusas. Somos la memoria que recogemos y el compromiso que tomamos. Y en esta vida, la primera obligación es la de entenderse y atenderse, mal que nos pese. No es un compromiso más, que conlleve una tarea extraordinaria, es una oportunidad para penetrar en la felicidad de uno, sintiendo el bienestar de los demás. Naturalmente, todos tenemos el deber, y también el derecho, a ser felices. Aunque el querer dicen que lo es todo en la vida, en ocasiones, hay voluntades que nos trastocan hasta el mismo concepto de la persona humana.

El día que en verdad los derechos humanos espiguen como un sol de justicia, o como una luna encantada, y sean lenguaje común en todo el planeta, será cuando avanzaremos hacia la mayor realización de la civilización humana, una promesa que está en el alma de la Declaración Universal, y que aún no ha pasado de ser una proposición más, puesto que con la creciente brecha entre ricos y pobres, entre poderosos y vulnerables, entre agresores y víctimas, entre los tecnológicamente adelantados y los incultos, lo que nos hace pensar que la civilización contemporánea tiene aún mucho trabajo por hacer, a pesar de que se lleven veinte años trabajando por sus derechos. Ahí está el escándalo de las disparidades crecientes, y tantas otras incoherencias avivadas, generando tensión y un cúmulo de conflictos que nos desborda, lo que ha de propiciarnos a que nos sumemos al apasionamiento por el ser humano libre de ataduras. De lo contrario, de proseguir la cadena de abusos y la indiferencia nuestra, la civilización se hunde.

Víctor Corcoba Herrero

escritor