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Hay que impedir que el mundo de los desamparados crezca

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Tragedias se han vuelto cotidianas en nuestro diario de vida. Multitud de personas migrantes mueren totalmente rechazadas. El drama migratorio se ha convertido en un episodio verdaderamente cruel. Para muchos seres humanos la desesperación es tan fuerte, que no importa levantar muros y alambradas, cualquier espacio abierto a la esperanza, ya sea por mar, aire o tierra, les hace emprender una difícil aventura, arriesgando hasta su propia vida. Les da igual morir, huyen descorazonadamente en busca de otro horizonte más compasivo que no siempre encuentran, porque realmente esta conciencia de mundo aún no se ha instalado en la cultura humana. Por consiguiente, las restricciones de frontera a esa movilidad innata, tienen poco sentido en un planeta globalizado. A mi juicio, tampoco se trata de poner cuotas a las olas migratorias, cada vez más frecuentes y complejas, sino de abrirse a su asistencia y de colaborar, unos y otros, a que deje de producirse el aislamiento. Al fin y al cabo, todos tenemos derecho a sobreponernos a la adversidad y de tener una vida mejor. De ahí la importancia de impedir que el mundo de los desamparados crezca, deambulen por las calles sin una mano tendida, porque naturalmente no son las divisiones las que ponen en peligro la convivencia, sino las legiones de marginados totalmente en abandono, los que pueden dar al traste con la institucionalidad democrática, si sus necesidades mínimas no son atendidas.

Indudablemente, no son sociedades éticamente humanas, propias de un estado social y democrático de derecho, cuando la opulencia de unos pocos contrasta con la indigencia de la mayoría. Sin duda, hay que dar amparo a todo este desamparo, que se produce de hecho a causa del incumplimiento, o del inadecuado ejercicio de los deberes y derechos humanos. El día que la población más desfavorecida halle verdadera justicia social en su hábitat, estoy convencido que esta movilización de masas se reducirá, y tendremos un mundo más estable, y desde luego, más equitativo y seguro. El aumento significativo del desempleo, el menoscabo de perspectivas de subsistencia, la falta de acceso a una protección social de mínimos, hace que la integración sea algo imposible.

Por eso, necesitamos el amparo de las instituciones sociales ante un desequilibrado universo económico, donde la corrupción es un abecedario permanente en esta tribu de adelantados sin escrúpulos, ante la impudicia de un trabajo indecente, considerado como oferta laboral decente ante la perplejidad del que lo padece, y de unos políticos que han optado por enriquecerse en lugar de servir. El resultado de este interés por las finanzas para sí y los suyos, hace que el diálogo social no exista, algo vital para el consenso, y que hoy es tan difícil llevarlo a buen término.

Víctor Corcoba Herrero

escritor